El mismo día del golpe, el 24 de marzo de 1976, una patota de policías entró a la sede de la Agremiación Tucumana de Educadores Provinciales (ATEP) y acribilló a su secretario General, Isauro Arancibia y a su hermano Arturo. Arancibia había sido uno de los fundadores y el primers secretario General de la Confederación de Trabajadores de la Educación (CTERA). A los pocos días también fue secuestrado Eduardo Requena, de Córdoba, le siguió Marina Vilte, de Jujuy, en diciembre, los dos también eran de la Junta Ejecutiva de CTERA.
CTERA y Suteba llevan registrados 816 trabajadores y trabajadoras de la educación víctimas de la última dictadura. De esos, 428, más de la mitad, fueron docentes de la provincia de Buenos Aires.
El asesinato o desaparición de sus principales dirigentes fue un golpe durísimo para el sindicalismo docente, que debió seguir su actividad en la clandestinidad. "La noche del 23 de marzo éramos militantes sindicales y el 24 de marzo, la propia realidad política del país nos transformó en militantes políticos. Porque la decisión de seguir militando aún en dictadura y seguir teniendo la sede de nuestro sindicato abierto era una decisión que implicaba un fuerte compromiso político", recuerda Cecilia Martínez en diálogo con Tiempo.
Cecilia participó de la fundación de ambas organizaciones, de CTERA en 1973, junto a Arancibia, Requena, Vilte, entre otros, y de Suteba en 1986, como referente de la Unión de Educadores de Morón. Desde allí resistió los años de dictadura y fue una de las organizadoras del primer paro docente, el 1 de junio de 1983.
Tras el golpe de Estado y la persecución, sólo quedaron funcionando en el conurbano bonaerense la Unión de Educadores de Morón y de La Matanza, el resto había cerrado sus puertas. "Mary Sánchez, Hugo Yasky, yo y otros 7 compañeros que decidimos seguir funcionando dentro de lo que la dictadura permitía hacer, que era defensa individual de algún compañero, por ejemplo, si cobraba mal su salario, o actividades culturales. Debatimos mucho eso, seguimos funcionando dentro de lo que la dictadura consideraba 'legal', perdimos los locales, quedaron los compañeros cesantes, y nos desaparecen compañeros de CTERA y provincia. Seguimos militando como parte de la resistencia de los trabajadores", destaca.
"Era muy difícil para nosotros. No teníamos ningún aparato partidario ni nada que nos sostuviera económicamente. 4 o 5 estábamos embarazadas. No teníamos mucha alternativa: o íbamos a la escuela a trabajar, con el riesgo que eso implicaba, o no comíamos. No teníamos ningún sostén económico. Fue todo un debate, porque no era fácil tomar la decisión de qué hacer, si volver a la escuela o no hacerlo, que significaba exiliarnos al interior o irnos del país", sostiene Cecilia y agrega: "Quien dice que no tenía miedo miente. Todos teníamos miedo en dictadura y quienes militábamos mucho más. Uno se debatía quien gana, si el miedo te paraliza y dejas de hacer las cosas o una pelea por la dignidad, aunque fuera en el acotado espacio que te dejaban".
Tras varios años de resistencia, en 1983 planificaron un paro a la dictadura en reclamo por salarios, la restitución del Estatuto docente y por el Derecho a la Educación de los Alumnos.
"Lo hicimos sin nada, hacíamos los carteles en los afiches que comprábamos con nuestra plata. No teníamos nada, pero teníamos la convicción que había que pelear contra los milicos y aportar a la pelea del resto de los trabajadores", recuerda Cecilia y destaca que fue el primer paro docente a la dictadura, el 1 de junio de 1983, con una movilización y un acto en la plaza de Ramos Mejía.
"Ese paro marcó la demostración al resto de los docentes de la provincia que se podía dar pelea a la dictadura, ponernos de pie y parar. Fue muy emblemático porque desató todo el proceso de reorganización", cuenta Cecilia. El paro fue el germen para la creación del Suteba: dos meses después de la medida de fuerza ya se había formado un frente gremial del conurbano y del interior y tres años después se realizó la unificación en el Sindicato Unificado de Trabajadores de la Educación de Buenos Aires.
CTERA y Suteba llevan registrados 816 trabajadores y trabajadoras de la educación víctimas de la última dictadura. De esos, 428, más de la mitad, fueron docentes de la provincia de Buenos Aires.
El asesinato o desaparición de sus principales dirigentes fue un golpe durísimo para el sindicalismo docente, que debió seguir su actividad en la clandestinidad. "La noche del 23 de marzo éramos militantes sindicales y el 24 de marzo, la propia realidad política del país nos transformó en militantes políticos. Porque la decisión de seguir militando aún en dictadura y seguir teniendo la sede de nuestro sindicato abierto era una decisión que implicaba un fuerte compromiso político", recuerda Cecilia Martínez en diálogo con Tiempo.
Cecilia participó de la fundación de ambas organizaciones, de CTERA en 1973, junto a Arancibia, Requena, Vilte, entre otros, y de Suteba en 1986, como referente de la Unión de Educadores de Morón. Desde allí resistió los años de dictadura y fue una de las organizadoras del primer paro docente, el 1 de junio de 1983.
Tras el golpe de Estado y la persecución, sólo quedaron funcionando en el conurbano bonaerense la Unión de Educadores de Morón y de La Matanza, el resto había cerrado sus puertas. "Mary Sánchez, Hugo Yasky, yo y otros 7 compañeros que decidimos seguir funcionando dentro de lo que la dictadura permitía hacer, que era defensa individual de algún compañero, por ejemplo, si cobraba mal su salario, o actividades culturales. Debatimos mucho eso, seguimos funcionando dentro de lo que la dictadura consideraba 'legal', perdimos los locales, quedaron los compañeros cesantes, y nos desaparecen compañeros de CTERA y provincia. Seguimos militando como parte de la resistencia de los trabajadores", destaca.
"Era muy difícil para nosotros. No teníamos ningún aparato partidario ni nada que nos sostuviera económicamente. 4 o 5 estábamos embarazadas. No teníamos mucha alternativa: o íbamos a la escuela a trabajar, con el riesgo que eso implicaba, o no comíamos. No teníamos ningún sostén económico. Fue todo un debate, porque no era fácil tomar la decisión de qué hacer, si volver a la escuela o no hacerlo, que significaba exiliarnos al interior o irnos del país", sostiene Cecilia y agrega: "Quien dice que no tenía miedo miente. Todos teníamos miedo en dictadura y quienes militábamos mucho más. Uno se debatía quien gana, si el miedo te paraliza y dejas de hacer las cosas o una pelea por la dignidad, aunque fuera en el acotado espacio que te dejaban".
Tras varios años de resistencia, en 1983 planificaron un paro a la dictadura en reclamo por salarios, la restitución del Estatuto docente y por el Derecho a la Educación de los Alumnos.
"Lo hicimos sin nada, hacíamos los carteles en los afiches que comprábamos con nuestra plata. No teníamos nada, pero teníamos la convicción que había que pelear contra los milicos y aportar a la pelea del resto de los trabajadores", recuerda Cecilia y destaca que fue el primer paro docente a la dictadura, el 1 de junio de 1983, con una movilización y un acto en la plaza de Ramos Mejía.
"Ese paro marcó la demostración al resto de los docentes de la provincia que se podía dar pelea a la dictadura, ponernos de pie y parar. Fue muy emblemático porque desató todo el proceso de reorganización", cuenta Cecilia. El paro fue el germen para la creación del Suteba: dos meses después de la medida de fuerza ya se había formado un frente gremial del conurbano y del interior y tres años después se realizó la unificación en el Sindicato Unificado de Trabajadores de la Educación de Buenos Aires.